Advertencia
Ardamos
jueves, 28 de octubre de 2010
Dos personas no siempre son un plural
Es una parte de mi mente que, en este tipo de situaciones tan desagradables, busca huir de semejante atentado contra la inteligencia humana, y que, siempre se topa con las manecillas de un reloj. Quizá ese pequeño objeto (el único en el mundo consciente del lento proseguir del tiempo) busqué demostrarme cómo, a veces, el tiempo pasa tan rápido, y, a veces, tan lento. Ahora, pasaba lento.
Ese lugar era un lugar frío, del que no recuerdo imagen ni sonido alguno, pero, probablemente, influenciado por la realidad supramental que estaba viviendo, ese frío era lo único que podía reconocer. No era un frío climatológico ni corporal, era un frío anímico que representaba el estado de congelación que las neuronas de todas las personas con las que compartía sacrificio, habían alcanzado en algún momento de su vida. La ceremonia a la que habíamos sido invitados, mediante pago de una cuota ininteligible pero a la vez elevada, era el perfecto símbolo de perpetuidad de unos gestos, unas palabras, unas actitudes que, en lo más profundo de mi ser, despertaban un sentimiento violento.
No era violencia física, sino violencia mental. Todos aquellos conocimientos y saberes que, en mis cinco veces cinco años de vida, había conseguido recabar, estaban siendo atacados por esa persona que, de forma paradójica, contaba con el apoyo de mis seres allegados en lo que a infligirme dolor se refiere. Cada una de sus palabras buscaba atacar mis pensamientos, acabando con todo tipo de individualismo e invitándome a participar de su cometido. Miraba hacia atrás y veía a toda esa gente, carcomida por el hambre y las enfermedades, pero que gozaba sintiéndose partícipe de semejante farsa, lo que despertaba en mí ganas de gritar, de acabar con esa ceremonia permitida, única y exclusivamente, por su perdurabilidad a lo largo de la historia, pero no debía hacerlo, debía callar. Mi boda estaba a punto de comenzar.
Dagart
miércoles, 9 de junio de 2010
Ramón y el quince. Pequeños paréntesis en una vida de cercanías.
Suena de fondo:
Proxima parada: Atocha.
Saca del paquete de tabaco un canuto y se lo enciende nada más salir al andén, de manera discreta se lo oculta entre las manos para que todos los pasajeros que tiene alrrededor no se percaten de lo que va a empezar a fumarse, lentamente, mientras se dirige al hospital Niño Jesus, donde su hijo de cinco años ingreso hace quince dias. Aún no saben los médicos el diagnóstico, por lo visto tienen que medicarle via oral varias veces al dia, las venas de las manos no dan más de si.
El papeleo del paro le estaba sacando de quicio, apenas tiene para comprar tabaco y una china de cinco euros; diecisiete euros, cuarenta céntimos, un día. Relax, necesitaba pensar como podía hacer para el próximo mes cobrar el subsidio, quince años cotizando, el tiempo sacude su cabeza tras la quinta calada, aún queda un rato para que su hijo acabe de comer, ya no son las 15:00 de la tarde, fue ayer.
Cuando recuerda a su mujer el pecho se le estremece, sabe perfectamente que ya no le quiere, vive lejos de él desde hace más de un año, casi cinco meses más, pero su hija ya va a cumplir catorce años... supone que estará junto a su madre y a la madre de su madre en el la habitación numero diecisieta, la última vez le contó que salió con sus amigas, está en edad de dejar de ser niña. Silencio.
Apura las últimas caladas, espera que al llegar a Villalba se encuentre algún amigo que le pueda dar un poco de marihuana, mañana va a ser un dia largo y el trayecto se puede hacer pesado. En la estación de Villalba pidió un cigarro a un chaval al que seguramente le saque quince años; ahora tiene treinta y cuantro, el més que viene treinta y cinco. No hay tiempo para ver las noticias.
Al salir de la estación saca del paquete de tabaco ahora un poco más arrugado que hace quince minutos el cigarro que le habían dado antes, estaba a la mitad, suficiente para subir todo recto al hospital.
Que aproveche, es la hora de comer.
lunes, 7 de junio de 2010
Ladrido de tinta.
