Advertencia

Fuego. Explosión de fuego. Destrucción expresada en incendios. Términos de fuego interno. El cataclismo de la crematoria de cuerpos es fuego. La ciudad en llamas es fuego. La fogata extendida es fuego. El infierno está frío. Aquí está el fuego: Llamaradas de atención al cielo que se nubla; como indios con señales de humo; como dioses clamando más dioses.
Fuego. Nada más que fuego. Fuego externo: mírate dentro. Implosión de FUEGO.

sigues siendo imprescindible en las transformaciones que suceden en la galaxia entera.

Ardamos

jueves, 27 de mayo de 2010

Torbellino de ideas

Hay dos posibles textos, el primero salió más natural y casi no hubo modificaciones a posteriori en los que interviniese un intelecto; el segundo, "arreglado" y matizado, peca de haber sido operado y articulado.

Ahora, elegid, pero después olvidad la razón de vuestra elección...

Los cambios son mínimos, apenas perceptibles. Son una tontería




Maderamen

Rarefacción

Nunca me han dejado ver lo que hay dentro del maderamen. Dice mi madre que no debo curiosear, porque no es cosa para niños. Yo no soy un niño. Lo sé. Tengo ideas raras que mi madre a veces sospecha de poco infantiles. Yo le digo que no se preocupe, que no curiosee demasiado, que su hijo le quiere como una verdadera "mama"; le digo que no mire muy adentro de mi cabeza porque no es cosa para adultos.

Mi padre no existe; él no me lo quiere decir. Tiene vergüenza, se nota en la mirada: la aparta cuando pregunto. Me responde mientras hace otras cosas, y a veces no se da cuenta de que no contesta a mi cuestión. No me enfado; es normal, es adulto. Pero aún así, no lo quiere reconocer. Intento decirle que no me importa. Le quiero. Pero mi padre no existe: no se da cuenta de que yo no tengo ningún parecido con él; de que "mama" me tuvo sin su necesidad. Lo sé.

Me gusta tocarme, pero dicen que no lo haga; pero yo me toco el pito. Mi hermano también, aunque nunca me dice nada sobre ello. Se esconde siempre en algún lugar de casa. Voy detrás de él, y cuando le encuentro, se ruboriza. Cuando le busco, me lo paso bien porque "el escondite" es muy divertido: solo quiero decirle que no se preocupe, que no es el único que lo hace; yo también lo hago y no quiero que se sienta solo.

Mi hermana no para de tener discusiones con el teléfono. Habla con gente( o eso cree ella) en su cuarto durante mucho tiempo, puede estar hablando hasta la cena; bueno, mi hermano también. Yo la escucho. Ella me deja porque cree que no entiendo nada de lo que dice; pero es mentira, sí lo entiendo. Yo también tengo amigos imaginarios, y hablo con ellos. La comprendo muy bien y si estoy con ella es porque cuando se ríe, o llora, o no para de hablar, necesita estar con alguien. Yo hablo con mis amigos mientras ella también lo hace. Creo que son los mismos: Juan quiere romper, María fue la que le robó las bragas sexys , Cristina es la novia de Juan...

Todos tienen su burbuja privada.

Hoy he aprendido la palabra rarefacción. Significa algo así como que el aire se hace más pequeño y menos pesado. ¿Los espíritus son aire? creo que es la única cosa que aún no sé. Creo que mi madre me va a enseñar que hay dentro del maderamen. No sabe que yo ya lo sabía, se lo quise decir pero es adulta y reza mucho, como toda la familia( aunque mis hermanos casi no lo hacen). Rezan por mí, y yo les oigo con claridad. Hoy es un día especial, al parecer. Así lo decidieron ellos después de incinerarme. Mama va a abrir la caja de madera; ya sé que ahí está mi cuerpo en polvo de cenizas. Lo sé. No os preocupéis.


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Maderamen

Rarefacción

Nunca me han dejado ver lo que hay dentro del maderamen. Dice mi madre, como hablándose a sí misma, que no debo curiosear, porque no es cosa para niños. Yo no soy un niño. Lo sé. Tengo ideas raras que mi madre a veces sospecha de poco infantiles. Yo le digo que no se preocupe, que no curiosee demasiado, que su hijo le quiere como una verdadera "mama"; le digo que no mire muy adentro de mi cabeza porque no es cosa para adultos.

Mi padre no existe; él no me lo quiere decir. Tiene vergüenza, se nota en la mirada: la aparta cuando pregunto. Me responde con poca fuerza mientras hace otras cosas, y a veces no se da cuenta de que no contesta a mi cuestión. No me enfado; es normal, es adulto. Pero aún así, no lo quiere reconocer. Intento decirle que no me importa. Pero no puedo. Le quiero. Y mi padre no existe: no se quiere enterar de que yo no tengo ningún parecido con él; de que "mama" me tuvo sin su necesidad. Lo sé.

Me gusta tocarme, pero creo que no se debe hacer; pero yo me toco el pito. Mi hermano también, aunque nunca me dice nada sobre ello. Se esconde siempre en algún lugar de casa. Voy detrás de él pululando, y cuando le encuentro, le susurro al oído y se ruboriza. Cuando le busco, me lo paso bien porque "el escondite" es muy divertido: solo quiero decirle que no se preocupe, que no es el único que lo hace; yo también lo hago y no quiero que se sienta solo.

Mi hermana no para de tener discusiones con el teléfono. Habla con gente( o eso cree ella) en su cuarto durante mucho tiempo, puede estar hablando hasta la cena; bueno, mi hermano también. Yo la escucho. Ella me deja porque cree que no entiendo nada de lo que dice; pero es mentira, sí lo entiendo. Yo también tengo amigos imaginarios, y hablo con ellos. La comprendo muy bien y si estoy con ella es porque cuando se ríe, o llora, o no para de hablar, necesita estar con alguien, porque claro, está sola. Yo hablo con mis amigos mientras ella también lo hace. Creo que son los mismos: Juan quiere romper, María es una guarra, Cristina es la nueva novia de Juan...

Todos tienen su burbuja privada en la Tierra.

Hoy he aprendido la palabra rarefacción. Significa algo así como que el aire se hace más pequeño y menos pesado. ¿Los espíritus son aire? creo que es la única cosa que aún no sé. Creo que mi madre me va a enseñar que hay dentro del maderamen. No sabe que yo ya lo sabía, se lo quise decir pero es adulta y reza mucho, como toda la familia( aunque mis hermanos casi no lo hacen). Rezan por mí, y yo les oigo con claridad. Hoy es un día especial, al parecer. Así lo decidieron ellos después de incinerarme. Mama va a abrir la caja de madera; ya sé que ahí está mi cuerpo en polvo de cenizas. Lo sé. No os preocupéis.

domingo, 23 de mayo de 2010

Enfrentese a su némesis, es usted mismo.

Las ideas vacuas, alcanzaban el olvido;
el viento fugaz, se transformo en un suspiro.
Se mira en el papel, solamente ve el ombligo.



Y es ahora cuando... entre en el agua y el fuego, se queman las palabras; el humo blanco del papel, toma forma en el pensamiento...


Las imagines y los recuerdos se borran rápidamente, dejando huella pero sin lamento.

ADIOS Y HOLA, me alegra verte de nuevo.


martes, 18 de mayo de 2010

Solicitando Opinión

Si fuese por Pájaros, humo

Ya el pájaro no estaba.

"Un cigarro tarda en consumirse lo que dura un relato corto leído con el aprecio de modular la voz."

Pero sí, aquel volador parecía haberse esfumado.

Incurrí en buscarlo repetidas veces; alcé la mirada y solo escuché el estruendo del viento al arañar los edificios; mientras obligaba al cigarro a consumirse, examiné cada porción de terreno con calma, sin prisas, hasta que repentinamente un ave, o un aleteo o una ligera pluma, cortó en diagonal, de izquierda a derecha y de abajo a arriba, la imagen rectangular de mi campo visual( imaginar una secuencia cinematográfica, si queréis.)

Para poder referir este fenómeno, se me ocurre poetizar el corte llamándolo "estela".

Y, relevando a la anterior, de nuevo el pájaro no estaba.

Otra calada automática.

Tengo que dejar de fumar, lo sé.

Con esperanzas, por el rabillo del ojo, oteé sendos espacios ( nubes, tejados, árboles...) pero la ventisca se había armado de ira, y el volador pudo haberse precipitado sobre alguna suerte de muro.

Desesperanzado, hundí ( hundiendo = estocada literaria común, pero visual) la mirada en la tierra con broza.

Había un algo extraño y oscuro.

No sé que llegué a creer que era: me acerqué flaqueando yo o las piernas.

Estaba tieso, como muerto; y maldición, todo encajaba.

"Uno suele aplacar sus frustraciones sobre las propias incapacidades( físicas o mentales) con los sueños; sucede que, previsiblemente, volar nos pirra en el caso hipotético de que."

He oído decir que los pájaros si de algo pueden estar seguros es de, mientras nos contemplan desde arriba, conocer la naturaleza de nuestro anhelo al vuelo( previo despegue).

En realidad, volviendo al objeto misterioso, era barro.

Ahí me estuve quieto un tiempo, mirando, y con el humo quemando.

El intervalo pudo hacerse segundos o eterno, pero la fuerte brisa siempre se oye cuando uno menos se lo espera.

Yo seguía incrédulo y curioso: Allá, bajando el terraplén, encima de un altar que hacía de las veces de la plataforma de un parque infantil, una gruesa rama perfecta para repartir mamporros; Allí, a un metro, una hoja con ademanes de pluma ocultada bajo el peso del garrote.

Así el palo por lo que podríamos calificar de mango de un arma, recogí la plumada lámina vegetal y acto inmediato, una sensación ajena, reconfortante, brutal me descolocó...

El viento soplaba.

Bastante, de hecho.

Cavilé, casi aturdido, por un momento, un supuesto y enfermizo asesinato.

Y aquí, seguramente parte de la información haya seguido su propio curso bajo mi influencia, quiero mencionar que sin tergiversar más la realidad objetiva( si existe), el resultado es el que es. Para llegar al último paso, es decir: la resolución; habré podido codear con ciertos amigos, a saber: la esquizofrenia creativa y la sugestionable sugestión ( posteriores, las dos, al acontecimiento), pero decíamos que el fruto de la maduración, es la manzana verde, y no la pera, y no el plátano, y no la fresa, y seguro que tampoco la manzana "fuji".

Espero haberme explicado bien( llevo varios intentos, y ésta parece la definitiva).

¿Conocen ustedes algo en relación al oído absoluto?-escuchar una nota y saber cuál es.

Contemplando cómo osan las aves al mundo terrenal aquel imaginario pájaro muerto de tierra, demasiado familiar, demasiado insustancial, demasiado real, con un palo y una hoja en distintas manos, atisbé con deliciosa precisión la situación que acontecía. Bueno, no solo yo. Me contemplaba mi padre desde la puerta del jardín que se cerraba silenciosa.

El viento... El cigarro en la boca.

"Papa, yo no fumo".

Un móvil de madera parece sonar.

Retumba la puerta al clausurar.


<<>\ Recogido de www.ylaluz.blogspot.com /<>>>

jueves, 13 de mayo de 2010

Corta al azar, Julio

Hay que ser realmente idiota para...

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.



-Menos mal, que no somos los únicos de esta sala que se han percatado del sonido del silencio cuando todos callan. ( John Cage tributado)

martes, 11 de mayo de 2010

Manifiesto en defensa de "los derechos fundamentales de internet".

Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet los bloggers, usuarios , periodistas, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que:

1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión.

2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web.

3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional.

4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen
prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes.

5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a
este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo.

6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir.

7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre.

8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro.

9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras.

10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no
orgánica y que versa sobre otra materia

lunes, 10 de mayo de 2010

Hueco

(Os dejo por aquí un poemilla, a ver qué os parece).


A veces salen del espejo
un amigo,
un asesino,
un borracho,
un amante,
un traidor,
un decaído
un niño,
y entonces...


-ya solo-
me invade la total indiferencia


me invade
el cansancio
de las líneas de mi cuerpo
de las cicatrices
armadas aún de sangre


desalmadas,
incoherentes cicatrices
sin sonrisa amiga,
con sólo hostiles balas
con sólo el recuerdo ebrio y pasional
y por desear
sólo deseo la pasión del beso
y la pasión del niño
llorando y riendo sin escalas,
sin el juicio excluyente de la vida


HOY
huyen los fantasmas;
queda el vacío,


con el espejo hueco
y con ella ausente...
queda una ruina.

jueves, 6 de mayo de 2010

Azorín: Las confesiones de un pequeño filosofo

Epílogo de los canes

Varios canes se reunieron en el ejido de un pueblo un día claro de primavera, a la vista de unas montañas azules.

El primer can dijo asi:
-Señores:yo soy un can viejo y lleno de experiencia. Perdonad esta inmodestia mia.He andado por el mundo,y al fin he venido a reconocer que no hay estado para los canes comparable al que nos proporcionan las estaciones de ferrocarriles.Ser un can en una estacion creo que es lo más aceptable para un can.Es preciso que no tergiverséis este concepto que acabo de exponer. No se trata de guardar nada ni de estar amarrado a ninguna cadena.Yo soy un can horro de toda servidumbre.Se trata de correr de un lado para otro con entera libertad y de husmear discretamente entre las vias para descubrir y recoger los restos de merienda que tiran los viajeros. Las estaciones de ferrocarril tienen un encanto profundo.Me dijo una vez un can bien portado y que pasaba en un tren de lujo que algunos hombres dan en decir que los ferrocarriles han matado la poesia.A estos hombres que estan un tanto locos se les llama poetas.Yo estoy en mi sano juicio y no pienso como los poetas. En estaciones el espectaculo es variado segun sea la hora del dia o de la noche. No se aburre uno nunca. Conoce uno a mil gentes.De cuando en cuando,es cierto,sufre uno algun contratiempo lamentable;pero esto les sucede a los canes inexpertos,irreflexivos,que no conocen las señales de marcha de los trenes ni estan atentos al movimento de la via. Señores: yo soy un can mundano,amigo del porgreso.[...] No tengo plan de vida ni amo. ¿Quién vive más agusto que yo?

El segundo can que usó la palabra era gordo y luciente:
-Yo,señores-dijo-,creo que eso de la libertad es una monserga.Los hombres han escrito muchos libros sabios,pero nada como este refrám em qie se compendia toda la sabiduría del mundo: ¿ Quieres que te sigan can ? Dale pan. A mí me dan pan en abundancia, y yo sigo a quien me lo da. Me dan, dicha sea la verdad,algo más que pan.Tengo todo lo que puede apetecer un can.Disfruto de los más exquisitos manjares.Yo vivo en Madrid; mi amo es un hombre rico.Me adora mi ama y me bailan el agua los chicos de la casa. Se dirá que no tengo libertad,que no puedo salir a la calle cuando quiero,que no puedo correr y retozar con otros canes.A mi ¿ qué me importa ? Yo no se lo que es eso que se llama libertad.Como bien,me hacen fiestas,me sacan en coche.¿Qué más puedo pedir?A mí, todo el que no va bien vestido me parece francamente despreciable.Ladro furiosamente a todos los que se acercan a mi vistiendo trapilladamente.Yo no tengo más criterio de moralidad que el traje.Un hombre que va mal vestido no puede tener buenas intenciones. En su consecuencia, yo le ladro, y si insiste mucho en acercarse,yo le muerdo.Dos o tres mordiscos he dado en toda mi vida y no me ha pasado nunca nada.Estoy satisfecho porque creo que he cumplido con mi deber: el deber que tiene todo perro decente de ladrar a las personas sucias y miserables.

El tercer can que habló se expresó de esta manera:
-Que cada cual lleve y pondere la suerte de vida que más le plazca.MI vida es lo más monotona y uniforme que darse puede, y , sin embargo, a mí me gusta esta vida.Yo soy un can de unos terrazgueros o labrantines.Mi misión se reduce a ir con ellos a los bancales, a recostarme al lado del hato y aguardarlo mientras mis amos labran.No hago otra cosa.Me paso el día tumbado.Soy un can del campo.Puedo deciros que no hay nada como tomar el sol en invierno en plena campiña,o como dormitar en verano a la sombra de un árbol.Para mí es el cielo azul;para mi las montañas azules;para mi los aromas de los henos,de los habares, de las plantas montaraces;para mi el aire fino y sano;para mi las aguas delgadas y cristalinas.Yo soy un poco esceptico y no creo en las pompas mundanas.No doy el campo y sus placeres por nada.Mi vida discurre sin sobresaltos ni congojas.De noche, guardo el gallinero del cortijo.Los lobos han desaparecido hace mucho tiempo;solo he de habermelas de tarde en tarde con alguna vulpeja o con algun buho.Y ¿creeis que yo tengo miedo a tales alimañas?Señores:os repito que no hay nada como la paz,el silencio y la sanidad del campo.

Deliberaron brevemente los tres canes.Al cabo se separaron sin haberse puesto de acuerdo.Cada can es un mundo.Se ha dicho esto de los hombres.Con más razon se puede decir de los canes.

C.P.Cavafis

ÍTACA.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Termópilas
(1903)


Honor a aquellos que en su vida
Fijaron y defendieron unas Termópilas;
Justos y rectos en todos sus actos,
Pero además clementes y de buena entraña;
generosos cuando son ricos, y, cuando pobres,
Igualmente generosos en lo poco,
Fautores igualmente en lo que pueden;
diciendo siempre la verdad,
sin por eso odiar a los mendaces.
Más honor aún se les debe
Cuando prevén (y muchos son los que prevén)
Que al fin llegará Efialtes
Y los medos por fin pasarán. *

miércoles, 5 de mayo de 2010

Kraftwerk Autobahn 1979 Animation by Roger Mainwood

Estos días me encuentro ocupadete con los trabajo y futuros/cercanos examenes, en cuanto pueda cuelgo por aqui cositas. Mientras tanto, un video de viaje cosmológico para tomarse un descanso :)
Un saludo!!


Imagen del día

La sangre de mis entrañas
cubriendo el caballo está.
Las patas de tu caballo
echan fuego de alquitrán...

( Gracias Gabriel)




Este segundo vídeo, también de Murcof, se sale del objetivo principal de la entrada; pero en lo inesperado se encuentra la magia. Otra forma de transmitir.

lunes, 3 de mayo de 2010

Teoría y juego del duende




Señoras y señores:

Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.

Con ganas de aire y de sol, me he aburrido tanto, que al salir me he sentido cubierto por una leve ceniza casi a punto de convertirse en pimienta de irritación.

No. Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón del aburrimiento que ensarta todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes unos grupos diminutos de puntas de alfiler.

De modo sencillo, con el registro que en mi voz poética no tiene luces de maderas, ni recodos de cicuta, ni ovejas que de pronto son cuchillos de ironías, voy a ver si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España.

El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga (no quiero citar a los caudales junto a las ondas color melena de león que agita el Plata), oye decir con medida frecuencia: «Esto tiene mucho duende». Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: «Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque tú no tienes duende».

En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la Debla, decía: «Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo»; la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: «¡Ole! ¡Eso tiene duende!», y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: «Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende». Y no hay verdad más grande.

Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: «Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica».

Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: «El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies». Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.

Este «poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica» es, en suma, el espíritu de la sierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.

Así, pues, no quiero que nadie confunda al duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Nuremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que lleva el truchimán de Cervantes, en la comedia de los celos y las selvas de Andalucía.

No. El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.

Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra.

El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel.

El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco y el que entró por las rendijas del balconcillo de Asís, o el que sigue los pasos de Enrique Susson, ordena y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agita sus alas de acero en el ambiente del predestinado.

La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. Como en el caso de Apollinaire, gran poeta destruido por la horrible musa con que lo pintó el divino angélico Rousseau. La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón.

Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.

Y rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la fragancia de violetas que exhale la poesía del siglo XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa enferma de límites.

La verdadera lucha es con el duende.

Se saben los caminos para buscar a Dios, desde el modo bárbaro del eremita al modo sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres caminos como San Juan de la Cruz. Y aunque tengamos que clamar con voz de Isaías: «Verdaderamente tú eres Dios escondido», al fin y al cabo Dios manda al que lo busca sus primeras espinas de fuego.

Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún; o que desnuda a Mosén Cinto Verdaguer con el frío de los Pirineos, o lleva a Jorge Manrique a esperar a la muerte en el páramo de Ocaña, o viste con un traje verde de saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud, o pone ojos de pez muerto al conde Lautréamont en la madrugada del boulevard.

Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende. Ellos engañan a la gente y pueden dar sensación de duende sin haberlo, como os engañan todos los días autores o pintores o modistas literarios sin duende; pero basta fijarse un poco, y no dejarse llevar por la indiferencia, para descubrir la trampa y hacerle huir con su burdo artificio.

Una vez, la «cantaora» andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados.

Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: «¿Cómo no trabajas?»; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: «¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?».

Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: «¡Viva París!», como diciendo. «Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa».

Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos, cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.

La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y como cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.

La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.

En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada con enérgicos «¡Alá, Alá!», «¡Dios, Dios!», tan cerca del «¡Olé!» de los toros, que quién sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por sinceros gritos de «¡Viva Dios!», profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita la voz y el cuerpo de la bailarina, evasión real y poética de este mundo, tan pura como la conseguida por el rarísimo poeta del XVII Pedro Soto de Rojas a través de siete jardines o la de Juan Calímaco por una temblorosa escala de llanto.

Naturalmente, cuando esa evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una autentica emoción. Hace años, en un concurso de baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.

Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto.

Muchas veces el duende del músico pasa al duende del intérprete y otras veces, cuando el músico o el poeta no son tales, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea una nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva. Tal el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para hacerlas triunfar, gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini, explicado por Goethe, que hacía oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades, o el caso de una deliciosa muchacha del Puerto de Santa María, a quien yo le vi cantar y bailar el horroroso cuplé italiano O Mari!, con unos ritmos, unos silencios y una intención que hacían de la pacotilla italiana una aura serpiente de oro levantado. Lo que pasaba era que, efectivamente, encontraban alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.

Todas las artes, y aun los países, tienen capacidad de duende, de ángel y de musa; y así como Alemania tiene, con excepciones, musa, y la Italia tiene permanentemente ángel, España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.

En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles. Desde El sueño de las calaveras, de Quevedo, hasta el Obispo podrido, de Valdés Leal, y desde la Marbella del siglo XVII, muerta de parto en mitad del camino, que dice:


La sangre de mis entrañas
cubriendo el caballo está.
Las patas de tu caballo
echan fuego de alquitrán...


al reciente mozo de Salamanca, muerto por el toro, que clama:


Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro...


hay una barandilla de flores de salitre, donde se asoma un pueblo de contempladores de la muerte, con versículos de Jeremías por el lado más áspero, o con ciprés fragante por el lado más lírico; pero un país donde lo más importante de todo tiene un último valor metálico de muerte.

La cuchilla y la rueda del carro, y la navaja y las barbas pinchonas de los pastores, y la luna pelada, y la mosca, y las alacenas húmedas, y los derribos, y los santos cubiertos de encaje, y la cal, y la línea hiriente de aleros y miradores tienen en España diminutas hierbas de muerte, alusiones y voces perceptibles para un espíritu alerta, que nos llama la memoria con el aire yerto de nuestro propio tránsito. No es casualidad todo el arte español ligado con nuestra sierra, lleno de cardos y piedras definitivas, no es un ejemplo aislado la lamentación de Pleberio o las danzas del maestro Josef María de Valdivieso, no es un azar el que de toda la balada europea se destaque esta amada española:


—Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me miras, di?
—Ojos con que te miraba
a la sombra se los di
—Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me besas di?
—Labios con que te besaba
a la sierra se los di.
—Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me abrazas, di?
—Brazos con que te abrazaba
de gusanos los cubrí.


Ni es extraño que en los albores de nuestra lírica suene esta canción:


Dentro del vergel
moriré
dentro del rosal
matar me han.
Yo me iba, mi madre,
las rosas coger,
hallara la muerte
dentro del vergel.
Yo me iba, madre,
las rosas cortar,
hallara la muerte
dentro del rosal.
Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matar me han.


Las cabezas heladas por la luna que pintó Zurbarán, el amarillo manteca con el amarillo relámpago del Greco, el relato del padre Sigüenza, la obra íntegra de Goya, el ábside de la iglesia de El Escorial, toda la escultura policromada, la cripta de la casa ducal de Osuna, la muerte con la guitarra de la capilla de los Benaventes en Medina de Rioseco, equivalen a lo culto en las romerías de San Andrés de Teixido, donde los muertos llevan sitio en la procesión, a los cantos de difuntos que cantan las mujeres de Asturias con faroles llenos de llamas en la noche de noviembre, al canto y danza de la sibila en las catedrales de Mallorca y Toledo, al oscuro ln Recort tortosino y a los innumerables ritos del Viernes Santo, que con la cultísima fiesta de los toros forman el triunfo popular de la muerte española. En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país.

Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del XV y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas.

Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, y en las de Villasandino, y en las de Herrera, y en las de Bécquer y en las de Juan Ramón Jiménez. Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado!

En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.

Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.

La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.

Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de fray Juan de la Miseria ni por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su último secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.

Valentísima vencedora del duende, y caso contrario al de Felipe de Austria, que, ansiando buscar musa y ángel en la teología, se vio aprisionado por el duende de los ardores fríos en esa obra de El Escorial, donde la geometría limita con el sueño y donde el duende se pone careta de musa para eterno castigo del gran rey.

Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.

En España (como en los pueblos de Oriente, donde la danza es expresión religiosa) tiene el duende un campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal, y en toda la liturgia de los toros, auténtico drama religioso donde, de la misma manera que en la misa, se adore y se sacrifica a un Dios.

Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.

El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.

Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.

En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta.

El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.

Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.

El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.

Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.

España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.

El duende que llena de sangre, por vez primera en la escultura, las mejillas de los santos del maestro Mateo de Compostela, es el mismo que hace gemir a San Juan de la Cruz o quema ninfas desnudas por los sonetos religiosos de Lope.

El duende que levanta la torre de Sahagún o trabaja calientes ladrillos en Calatayud o Teruel es el mismo que rompe las nubes del Greco y echa a rodar a puntapiés alguaciles de Quevedo y quimeras de Goya.

Cuando llueve saca a Velázquez enduendado, en secreto, detrás de sus grises monárquicos; cuando nieva hace salir a Herrera desnudo para demostrar que el frío no mata; cuando arde, mete en sus llamas a Berruguete y le hace inventar un nuevo espacio para la escultura.

La musa de Góngora y el ángel de Garcilaso han de soltar la guirnalda de laurel cuando pasa el duende de San Juan de la Cruz, cuando

el ciervo vulnerado
por el otero asoma.


La musa de Gonzalo de Berceo y el ángel del Arcipreste de Hita se han de apartar para dejar paso a Jorge Manrique cuando llega herido de muerte a las puertas del castillo de Belmonte. La musa de Gregorio Hernández y el ángel de José de Mora han de alejarse para que cruce el duende que llora lágrimas de sangre de Mena y el duende con cabeza de toro asirio de Martínez Montañés, como la melancólica musa de Cataluña y el ángel mojado de Galicia han de mirar, con amoroso asombro, al duende de Castilla, tan lejos del pan caliente y de la dulcísima vaca que pasta con normas de cielo barrido y sierra seca.

Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes anémonas de fósforo el uno, y flores de yeso de Ruidera el otro, coronan el retablo del duende de España.

Cada arte tiene, como es natural, un duende de modo y forma distinta, pero todos unen raíces en un punto de donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, materia última y fondo común incontrolable y estremecido de leño, son, tela y vocablo.

Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.

Señoras y señores: He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la musa, al ángel y al duende.

La musa permanece quieta; puede tener la túnica de pequeños pliegues o los ojos de vaca que miran en Pompeya a la narizota de cuatro caras con que su gran amigo Picasso la ha pintado. El ángel puede agitar cabellos de Antonello de Mesina, túnica de Lippi y violín de Massolino o de Rousseau.

El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.

Federico García Lorca.

domingo, 2 de mayo de 2010

Un recuerdo

(es larguito, pero por si os apetece leer...)


Tengo un recuerdo nebuloso que se asemeja a la muerte sin miedo, a la vida sonreída. Lo comparto contigo sin poder saber si eres un mundo, un sueño, una mirada o un fantasma que vive para morir.

“Todos los días son la repetición de una pesadilla, si es que la locura tiene algo de sueño. Camino las calles grises y transitadas de Madrid y mis pies se hieren con mi propio pensamiento: soy el niño con la voluntad para abrazar el tiempo, el niño inocente y lleno de nervio capaz de hacerle el amor a alguna de esas prostitutas que corresponden mi mirar triste; soy humano, pero puedo recorrer las almas a través de la mirada...”

Ah...pequeño niño enfermo, ¿acaso no ves que tu pensamiento es conciliador y hermoso como la naturaleza, acaso no sabes que esa gran madre también trae terremotos y huracanes?

“Escribo en mi cuaderno de frases: ´Soy un huracán, pero dentro de un volcán en erupción´.
Me doy cuenta de que la noche ha llegado. No sé cuántos días han pasado desde que salí de casa, no sé cuántas noches andando por estas calles, con esta mochila que guarda un cuaderno y un libro. No sé cuánto tabaco me queda, ni cuánto papel ni cuántos porros. Pero seguiré andando. En busca de la bondad más absoluta, en busca de una paz sin precedente”.

Niño...¿qué haces con tu cuerpo, qué haces con tu calma? Eres el niño que da los pasos del león en un desierto vacío de amor. Allí donde buscas bondad no hay nada, y a tantísima nada tu le regalas una inmensa soledad y una inmensa nube de humo. ¿Dónde está la gente que te quiere?

“Maldita sea. Qué frío tengo. Necesito moverme, seguir andando. A alguien tengo que encontrar. ¿Dónde está mi teléfono? ¿Me habrán llamado?
Descansaré un rato, fumaré algo y caminaré otro poco. Cuando llegue el amanecer volveré a casa”.

Pequeño...llevas más de una semana sin ver a tu gente. Hablaste con ellos hace un rato. Les estás esperando. Tu no sabes cómo ni por qué estás ahí. Esperando amor del mundo sin saber que el amor lo tienes en tus pequeños muros y en los breves paisajes de tus días -aparentemente aburridos. No fumes más. No pienses que te van a herir esos rostros conocidos.
Y ahora, ¿qué haces hablando con esos dos extraños? ¿No ves que están fuera de sí? No huyas, ya te van a recoger. No te enfrentes con esos dos enfermos drogados. Les has asustado: tu locura les ha espantado. Cálmate...ya estás en el coche.

“Ah...por fin en una cama. Ya puedo soñar tranquilo, mañana me espera un buen día en la montaña.

Qué bien he dormido, las heridas de mis pies ya han podido descansar. Pero..., ¿qué hace toda mi familia en mi cuarto? Bah...me daré una ducha y me podré ir a caminar tranquilo.
¡¡¡Noooo...soltadme, soltadme!!! ¡¡¡No quiero entrar al coche!!! ¡¡¡Hijos de puta!!! ¿¡¿¡Dónde me lleváis!?!?!?”.

- Así que dicen que últimamente habla mucho y tiene pensamientos extraños -dice el psiquiatra. Dirige su mirada hacia mi. ¿Qué crees que te pasa?

- ¡¡¡No me pasa nada!!! -respondo. Quiero irme de aquí. Estoy perfectamente, estoy escribiendo mucho y es lo mejor que he escrito jamás. Dejadme en paz. Estoy bien.

- Mira: tienes dos opciones -dice firmemente el psiquiatra-, o te pinchamos a la fuerza para que te calmes y te quedes aquí o lo hacemos con tu colaboración.

Estos ojos vieron el rostro de nuestro hermano que se difuminaba lentamente...Y la boca que repetía palabras que se convertían en susurro.

“Ay...mi cabeza, qué sueño tan extraño. ¿Dónde estoy? ¿Qué habitación es esta? Qué hambre tengo...”.

Y tras aquel largo pasillo entré en un pequeño salón donde pude ver a gente desconocida, los cuales después un tiempo se convertirían en grandes amigos de penas y soledades mientras mi adicción y mi locura se calmaban muy poco a poco.

Al salir de allí mi vida volvió a nacer y desde aquí, años después, te abrazo y te pido perdón, pequeño niño por haberte dejado tan tan solo. No volverás a andar sin el amor que yo te tengo, porque yo sin ti (libre y joven espíritu) no soy más que carne y vacío pensamiento sin deseo.

Kafka tiende a jugar con nosotros

BUITRES


Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.

Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.

-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.

-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.

-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?

-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?

- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.

-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.


Franz Kafka