Advertencia

Fuego. Explosión de fuego. Destrucción expresada en incendios. Términos de fuego interno. El cataclismo de la crematoria de cuerpos es fuego. La ciudad en llamas es fuego. La fogata extendida es fuego. El infierno está frío. Aquí está el fuego: Llamaradas de atención al cielo que se nubla; como indios con señales de humo; como dioses clamando más dioses.
Fuego. Nada más que fuego. Fuego externo: mírate dentro. Implosión de FUEGO.

sigues siendo imprescindible en las transformaciones que suceden en la galaxia entera.

Ardamos

miércoles, 20 de octubre de 2010

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¿Lo fue?.¿Un sueño?

Sentada en el sofá, frente al televisor, mirando sin llegar a identificar el programa sencillo de tarde, imaginando un color blanco de lo inexistente, de lo vacuo, y escuchando un sonido que deviene en un ruido penetrante, que atraviesa y rompe el umbral auditivo del tímpano, un pitido omnipresente; me quedo dormida.

[...]

Toc, toc, toc. Llaman a la puerta. No. Son los pasos de alguien corriendo. El suelo, arrimado a mi oreja, y el infinito del pasillo absorbiendo mis ojos, ahora despiertos. Un vestido rojo granate se acerca y, al llegar, me supera en un elegante alejamiento. Me incorporo forzando al cuerpo, mientras el túnel flanqueado por puertas tira de sí con la gracia de una comba que se sacude, y al bombear estrepitosamente el corazón la sangre, comienzo a perseguir de la mujer, la estela. Me suceden un sinnúmero de pomos queriendo suicidarse con una llave, me suceden copiosas cantidades de lámparas colgadas del techo y separadas unas de otras por 15 lúcidos pasos en la oscuridad, me suceden huellas que acaban por toparse, siempre, con alguna puerta, hasta que un “Salida Repentina” verde fosforescente grabado en una jamba, denomina a una boca de madera abierta, una puerta, que traga a la espeluznante velocista en humo bermejo del tiempo. Empezando por una ligera presión, el pasillo decrépito comienza a parecerme pequeño, como si la negrura perdida de cada extremo me encontrase, y fuese ella, esta vez, la que me persiguiese. Me atrapa la otra, la puerta del resplandor verde, cerrándose de tal golpe que las luces de la habitación señalada, se apagan cabreadas, y un aluvión de diminutas luciérnagas encienden sus cuerpos a mi alrededor. No hay viento. No hay calor, ni frío, ni suelo. No hay, por un momento, un yo contingente. Solo el Universo y su titileo de ilusiones.

[...]

Toc, toc, toc. Llaman a la puerta. No. Soy yo el que la aporrea. Recuerdo haber saltado una alambrada, pero al girar los ojos, y después la cabeza, hay un huerto de ellas en un inmenso campo circundando el refugio en el que he aparecido. Entonces, el tiempo y mis latidos se ponen de acuerdo, ralentizándose así, mis pasos. Abro el portón a la manera ingrávida, y antes de introducirme, brota una luz polarizada que me ciega la vista momentáneamente, en la deceleración de mis segundos.

Una sala magna. Una escalinata. Un corredor. Otra puerta. Otro pomo. Un cuartito. Unas estanterías. Una escoba. Un cuchillo en mi mano. La mujer de antes. Un espejo que refleja. Su reflejo. Mi reflejo. Se tensan mis músculos. Soy un hombre.

[...]

Toc, toc, toc. Llaman a la puerta. Toc, toc, toc. Late mi corazón; y se apaga el caótico pitido, pero me asusto sentado en el sofá, frente al televisor: estoy viendo una mujer yaciendo en la alfombra, con mi muerte masculina en su cara, de mi salón






Se da tocones tocundos Unambre Toclón

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