Martín amaneció aquel jueves, calculador, con el único fin de la justicia ante la traición sufrida. Como cada día, preparó el desayuno e innumerables medicinas para Nuria, su único motivo de felicidad y dulzura, que le miraba a cada jornada más débil por la enfermedad.
Cerró la puerta de casa a conciencia y salió solo, con su pistola cargada y munición de reserva. Ella esperaría a las 15: 00 en su habitual punto de encuentro.
Martín se dirigió al banco en el que había desmantelado incontables intentos de atraco. Sosegado, se dirigió a la trabajadora de la entidad bancaria y sacó su pistola sin que nadie se percatara. A los diez minutos, su primer punto del plan estaba cumplido: una bolsa de dinero para conseguir un coche. Ya con el coche en su poder, recorrió el camino hacia antiguos amigos de la comisaria: sus enemigos de entonces, que tras la muerte del sargento (el único y verdadero amigo que tuvo Martín), arruinaron su vida, por ser el competente para el alto cargo de policía. Como consecuencia no pudo proporcionar a Nuria la medicación necesaria. La única solución para Martín fue comenzar a aplicar la justicia en solitario –y a cualquier precio-, no para su supervivencia, sino para la de ella.
Una vez allí, sacó su pistola en el callejón a la salida de comisaría, y fríamente, las balas entraron en el cráneo de cada uno de los traidores. El trabajo fácil se cumplió a la perfección.
A las 15:00 compró rosas blancas –las preferidas de ella- y se las entregó en cuanto llegó. Tras gozar de una tarde de paz mutua la noche cayó sobre sus espaldas. Llegó el momento de completar la venganza: cuatro de los directos culpables de su sufrimiento seguían vivos, y debían morir por ello. “ Es justicia, no odio”, decía él siempre.
Se aproximaron a la costa, donde vivían los traidores. A dos de ellos los encontraron antes de llegar allí. Ella se quedó cerca del coche, sentada, oliendo las rosas. Mientras, Martín cumplió con la justicia: dos balas menos, dos corruptos cuerpos más ensangrentados. Ya sólo quedaban dos balas.
Martín, Andrés y Héctor, inseparables desde la infancia; <
- Ahí están –dijo Martín desde el interior de su vehículo.
Fijaron su vista en el coche de sus antiguos amigos: negro de gama alta, con cristales tintados, aparcado en la playa. Él agarró su pistola y las dos balas que quedaban.
- Espérame fuera –le dijo a ella.
Se dirigió hacia ellos, situados de pie, sobre lo alto de una duna de la playa, como esperando inevitablemente su destino.
- Estas dos balas os pertenecen. No esperéis mi perdón nunca. No podréis curaros jamás de la culpa que lleváis dentro, seréis unos fantasmas como el resto del mundo–les dijo fría y gravemente Martín.
Cargó la pistola, se dirigió hacia Nuria y con tranquilidad y serenidad observaron las olas. Con la mirada él le dijo que se resignaba a ser un fantasma, que sin ella no gozaría más de ése atisbo de felicidad que en aquel momento sintieron, como tantas otras veces. Nuria le comprendió, sonrieron inocentes como niños y se besaron.
Entonces, el estruendo de dos balas retumbó sobre los corazones encogidos y olvidados de Andrés y Héctor.
3 comentarios:
La muente puede venir en la forma que se le antoje. Pero lo que nunca podremos evitar( si acaso su forma tampoco) es que ella siempre nos encontrará por nuestra izquierda.
parece un boceto para un guion de pelucula. :D
Me molan mucho estos relatens manel, me gusta como invitas a la sugestión a través de los actos de tus personajes, las situaciones que se crean son muy originales, me mola tio, eres todo un arquitecto homopsicológico.
Publicar un comentario